Sin palabras
Hace solo unos días, Louise Wateridge, funcionaria de UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos nos decía: “Nos estamos quedando sin palabras, nos estamos quedando sin formas de describir al mundo lo terrible que es la situación sobre el terreno y lo mucho que está empeorando”.
Sin palabras.
Y sin embargo…
Quizá lo peor no sean las bombas, ni el fósforo blanco, los tiros en las piernas o en la nuca, las violaciones y decapitaciones, las masacres de decenas de miles de personas: lo peor, si quieren que les diga, es el olvido que empieza casi inmediatamente después de las (pocas) noticias que salen en el telediario. Como si Palestina ya no importara a nadie, como si – y eso es lo más me preocupa – la especie mal llamada humana pudiera existir realmente sin nombres y solo persiguiera la mera supervivencia como especie: Los inmigrantes muertos en los naufragios de las pateras que intentan acercarse a nuestras costas, los ahogados en la DANA de Valencia, los miles de gazatíes acabados a bombazos en sus casas, quemados vivos en sus tiendas, los muertos de los mil días de guerra en Ucrania: un momento, un día, una semana son noticia, durante algunos segundos son noticia y corren por todos los cables del mundo… pero lo negro, lo verdaderamente negro no empezará sino después, es la oscuridad de un olvido que lo borra todo y seguirá creciendo siempre. Muertos que ya nunca tendrán nombre, que serán barridos en el vacío del mal, cada uno en el instante particular de su terrible muerte.
Siempre muertos.
Así que no, no puedo olvidar aunque me pese, las imágenes que estoy viendo últimamente: una y otra vez la forma humana convertida de una u otra forma en algo inútil, descompuesta, separada de si misma, cuerpos desnudos, cuerpos amarrados con las manos a la espalda, cuerpos cubiertos de moscas a las que incluso puedes ver moviéndose en la foto, partes de cuerpos entre restos de basura, soldados sionistas disfrazados con las ropas de sus víctimas, riéndose de sí mismos entre las ruinas… para qué seguir.
Pero todo el mundo sabe esto y yo ni siquiera sé para que lo digo. Todo el mundo come y bebe su ración diaria de terror, su razón diaria de indigesto presente. ¿Quién soy yo para recordar nada? Sería absurdo afirmar que el mal, como el cambio climático, se ha instalado ahora y definitivamente en el mundo porque, desgraciadamente, siempre ha existido el mal solo que ahora, mezclado con la técnica de manera irremediable ¿no se ha convertido en otra cosa, en otra especie de mal?
Si, nos estamos quedando sin palabras, nos estamos quedando sin formas de describir al mundo lo terrible que es la situación sobre el terreno y lo mucho que está empeorando…
Sin embargo, aquí estamos, aquí seguiremos.
Artículo publicado en El Faradio el 19/11/24.